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A un año del terremoto, la pesadilla sigue latente en los damnificados

Gladys Figueroa vio cómo su casa se derrumbaba junto con sus sueños. Hoy cuenta cómo fueron esas horas, las más largas de su vida.

A un año del terremoto, la pesadilla sigue latente en los damnificados
martes 18 de enero de 2022

Pasó un año de una de las peores noches que vivió la población sanjuanina en el último tiempo. Desde 1977, San Juan se venía resistiendo a los fuertes movimientos de la tierra, pero ese lunes 18 de enero del 2021 a las 23:46 el suelo cedió al paso de la naturaleza que con fuerza sacudió a la provincia.

La incertidumbre cubrió a la población junto con la oscuridad. En Pocito, el epicentro del terremoto, lo peor vendría horas después. Miles de familias tenían que esperar a la luz del día para ver si alguna pared de la casa había quedado en pie.

Y no, no todas tuvieron esa suerte. Los techos, muebles, todo se vino abajo, junto con miles de ilusiones y sueños. Y finalmente después de la preocupación, la desazón se abrió paso.

Gladys Figueroa, una de las damnificadas contó a 0264Noticias cómo fueron esas horas, donde toda su familia vivió una de las peores pesadillas. La mujer de 57 años vivió el terremoto del 77 y sabía que esa noche se trataba de lo mismo. Era algo grande que llegaba para dejar una gran marca.

La familia se encontraba festejando el cumpleaños de una de las nietas de Gladys, se juntaron en su casa, en la que vivieron por más de 30 años y todo era festejo hasta que a las 23:46, todo se vino abajo. "La oscuridad fue lo peor de todo, no saber que pasa alrededor, veíamos la casa destruida pero no veíamos nada más. Fue la noche más larga de mi vida".

Los recuerdos los cuenta desde su nueva casa, construida por el patrón de su marido, pero la tristeza la invade al mencionar esa noche. "Queríamos que llegara el día, no había señal, no había luz, era todo tinieblas".

Y eso era sólo el comienzo. En el mismo terreno, una de sus hijas tenía su casa pero cuando fueron a verla, la construcción había desaparecido. "Estaba todo bajo los escombros, todo destruido. Los palos cayeron sobre las cuchetas donde hubieran estado durmiendo mis nietos". El festejo de cumpleaños, literalmente les salvó la vida a los niños.

"Se perdieron todas las ilusiones" dice Doña Kuki como la conocen todos en la zona, con la mirada perdida en los recuerdos. Es que tanto ella como su marido, consideran que ya vivieron muchas cosas, pero lo difícil es ver las vidas de sus hijos y nietos cambiadas por completo. "Es muy difícil ver a los hijos sin nada, uno grande se las banca, aguantas dormir en el piso, pero cuando ves a tus nietos hinchados por las picadas de los bichos, es algo muy grande que no quisiera volver a vivir".

Su casa está ubicada en la calle 15 entre Aberastain y Mendoza. En esa zona son pocas las familias, pero la mayoría quedó en las mismas condiciones. "Nadie venía por la calle 15, todos iban por la Aberastain con la ayuda. Una sobrina se puso a desviar la ayuda para este lado porque no teníamos ni agua".

Finalmente la asistencia llegó, de distintos lugares, pero los días comenzaron a ser todos iguales. "Perdimos la noción del tiempo, llegaba la noche y nos dábamos cuenta que no habíamos comido en todo el día. No sentís hambre, vez las cosas destruidas y no sabes que hacer. Ahí empezó la verdadera pesadilla y el dolor de ver que estaba todo perdido".

La tristeza no se demostraba en la falta de cosas materiales, los damnificados sólo querían compañía y alguien que los escuche. "Cuando conversas se pasan las horas y dejas de pensar en lo que pasó" expresa la mujer.

El año después y la recuperación

Gladys no pierde la esperanza de que ella y sus hijos tengan su propia casa en alguno de los barrios que el IPV está construyendo para los damnificados. Sueña con eso después de ver su vida reducida a escombros.

Ahora vive en una casita que es la mitad de la que tenía pero agradece cada día a Dios su vida y la de los suyos. "Tenemos donde dormir después de todo lo que vivimos" cuenta.

Sus hijas, recibieron módulos del estado pero también esperan poder tener algo mejor sobre todo para sus hijos pequeños. "Los módulos son solo para dormir, no se puede vivir mucho tiempo ahí y menos con las altas temperaturas".

Con sus 57 años, aprendió por segunda vez que no estamos preparados para este tipo de catástrofes naturales. "No estamos preparados para terremotos ni lluvias fuertes, son cosas de la naturaleza pero no estamos preparados. Mucha gente salvó su vida de milagro" afirma.

El testimonio de Doña Kuki representa el sufrimiento de miles de familia que perdieron todo de un día para el otro. A un año de la "peor pesadilla", como la describen, la desesperación quedó marcada a fuego. Cada nuevo temblor los asusta y les recuerda lo vivido pero también deja al descubierto la fortaleza, la resiliencia y la solidaridad para levantarse ante semejante calamidad.

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